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Una vez más recordamos un gran texto de:

Los héroes nunca delinquen

Joaquín Navarro Estevan

La revista The New Yorker, en su número del 22 de mayo de este año, publica un relato estremecedor bajo el título «Una fuerza sobrecogedora». El subtítulo es «¿Qué sucedió en los últimos días de la Guerra del Golfo?». Su autor -Seymour M. Hersh- describe las hazañas criminales del teniente general Barry McCaffrey, que ordenó la ejecución de centenares de ciudadanos iraquíes desarmados y presos y de muchos civiles, incluidos mujeres y niños, cuando se vivía el último día de la guerra y el teniente general sabía que de un momento a otro se proclamaría el alto el fuego. Nadie ha inquietado a tan sublime héroe. Después de una investigación cuyas conclusiones eran escalofriantes, todo quedó archivado. Los héroes y los dioses son impunes.

Conocemos ahora el informe de Amnistía Internacional sobre los crímenes de guerra de las fuerzas de la OTAN en Yugoslavia. El infome tiene un título muy expresivo: «Daños colaterales u homicidios ilegítimos». Que un homicidio sea legítimo tiene bemoles. Que sea ilegítimo lo convierte, pura y simplemente, en asesinato. Lo que son «daños colaterales» para los señores de la guerra se convierte en crímenes atroces para cualquier ciudadano con mínima sensibilidad.

 

Hasta la guerra tiene sus límites. Las normas internacionales que la regulan reciben el nombre de Derecho Internacional Humanitario. Están básicamente recogidas en los diversos protocolos de la Convención de Ginebra. El primero fue suscrito en 1949 y prohíbe expresamente los ataques contra civiles y aquellos en los que no se procure distingur entre objetivos civiles y militares. Si toda guerra -ya sea legal o ilegal- es un agravio a la humanidad, una brutalidad y un horror, mucho más lo es cuando ni tan siquiera se cumplen las exigencias humanitarias básicas. Amnistía no entra en la calificación de la guerra (que, como sabemos, se inició y desarrolló al margen del Consejo de Seguridad de la ONU) y se limita a exponer las más graves violaciones del Derecho Internacional Humanitario.

 

El informe se refiere expresamente a los casos más flagrantes de menosprecio a esas normas a la hora de seleccionar los objetivos, los medios y los métodos de ataque. Así, el bombardeo de la sede de la radiotelevisión estatal serbia del 23 de abril de 1999, que provocó la muerte de dieciséis civiles. Fue un ataque deliberado contra un objetivo civil y, como tal, constituye un crimen de guerra. También lo fueron el ataque contra los puestos de Gradelica, Lucane y Varvarín (donde las fuerzas aéreas de la OTAN continuaron machacando después de percatarse de que se estaban produciendo víctimas civiles) y los bombardeos sobre Djakovica y Korisa, donde los atacantes no adoptaron la más mínima precaución para minimizar o evitar el número de bajas civiles.

 

Amnistía denuncia que ni la OTAN ni sus Estados miembros han realizado investigación alguna para esclarecer los llamados «daños colaterales». Únicamente se investigó, por razones obvias, el ataque contra la Embajada china en Belgrado. AI insta a los Estados otánicos a «que se juzgue a todo ciudadano sospechoso de haber cometido graves violaciones del Derecho Humanitario». Es casi conmovedor. La fiscal del Tribunal Penal para el Enjuiciamiento de los Crímenes en la ex Yugoslavia -se llama Carla del Ponte- se ha apresurado a desestimar tal pretensión porque, según ella, no existen indicios delitivos en el comportamiento de las fuerzas de la OTAN. La sorprendente afirmación de la fiscal se realiza sin que haya existido investigación alguna. Después de treinta y ocho mil misiones de bombardeo sobre territorios serbios, todas ellas realizadas por encima de los cuatro mil quinientos metros de altitud, causándose alrededor de seiscientas muertes de civiles y destrozos innumerables en instalaciones no militares, sin una sola baja otánica, la fiscal «intuye» que no ha existido delito alguno.

 

Las decisiones que adopten los soldados que están en combate son particularmente difíciles. Lo menos que debe hacer la alianza militar más poderosa del mundo es establecer las más estrictas normas de protección de los civiles conforme al Derecho Internacional Humanitario», dice AI en su informe. Pero en seguida recuerda que el primer protocolo de la Convención de Ginebra, de 1949, aún no ha sido suscrito por Estados Unidos, Francia y Turquía. Nunca faltan países que están por encima de la ley y que ni tan siquiera necesitan fingir con alguna firma protocolaria.

 

Pide Amnistía que la OTAN elabore un mecanismo que garantice una interpretación correcta de las normas sobre conflictos armados, termine con la confusión existente sobre la responsabilidad legal de los daños colaterales y establezca un reglamento de combate que cumpla estrictamente con las normas del Derecho Humanitario.

 

El sucesor del gran Solana -Robertson- ha salido rápidamente en defensa de la «absoluta corrección» de la intervención sobre Yugoslavia, que, como se sabe, tantas atrocidades serbias impidió. Pero ni él ni autoridad alguna han prometido una investigación rigurosa de los crímenes de guerra perpetrados por las fuerzas otánicas. Sería un peligroso precedente. Los criminales son siempre los otros, otros son siempre los terroristas. Los vencedores y los poderosos nunca responden de sus crímenes. Es natural. Los héroes no delinquen. Cuando el padre Zeus envió a su hijo Hermes a la tierra para que distribuyese por igual entre todos los hombres el pudor y la justicia, no podía prever que los más fuertes quedaran al margen del reparto. Se limitaron a no asesinar al hijo de Zeus.

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